La palabra imposible no es algo que encuentro en mi vocabulario. Entiendo que hay personas que la repiten a diario y que justifican la imposibilidad con excusas o razones que a su criterio son validas, pero no las puedo aceptar.
No se trata que pido crear vida en Marte o construir una casa en la luna; me refiero a temas cotidianos de elemental ejecución. La vida, en general, en el mundo laboral o personal, requieren un sentido de urgencia que es lo que marca la diferencia entre unos y otros.
En mi empresa tenemos varios ejecutivos y empleados que forman parte de un equipo. Todos tenemos una prioridad y un trabajo que cumplir. Pero todos tenemos un mismo objetivo, aún con un diferente itinerario. Es ahí cuando el sentido común debe prevalecer para saber tomar decisiones que beneficia al grupo por encima del individuo. Lograr entender este concepto es lo que forma una gran empresa.
Los individuos somos reemplazables dado que es únicamente el grupo el que logra instrumentar un proyecto. Podemos ser geniales en generar una idea, pero sin un ejecutor, el idealista muere. Un ejecutor, en cambio sin una idea, no ejecuta nada. Idealistas hay millones en el mundo; ejecutores también los hay. Estos dos personajes son complementarios y si uno no funciona, el otro tampoco. Entonces es momento de dejar ir, de separarse. Cuando uno es el líder del otro, el que no funciona en la ecuación es separado. Así funcionan los equipos.
Estamos formados por individuos obligados a contribuir desde nuestra especialidad al grupo. El
que no funciona es reemplazado. Sin reparos o sin pena. Nunca pierdan de vista que siempre hay alguien dispuesto a hacer nuestro trabajo y que, incluso, quizás sea mejor que cualquiera de nosotros.
Si damos un buen servicio, si damos lo mejor de nosotros, si resolvemos problemas, si priorizamos responsabilidades, si entendemos que nada es imposible y que todo lo que nos proponemos se puede lograr, en ese momento entenderemos que el éxito no es cuestión de suerte sino de capacidad.
- Guillermo Jouvin Arosemena